El hombre sentado en tierra, cabizbajo, empobrecido y haraposo, cogiendo la tierra seca que un día fue fértil para alimentar a muchas familias, sentía el aliento de la derrota, de la muerte más injusta.
Alzó la mirada vio ante si a aquellos hombres encima de sus majestuosos caballos, sonrientes y felices, protegidos por armaduras y escudos, ganadores de una batalla que habían perdido antes de empezar en realidad, tanta sangre no les llevaría a ningún otro lugar que no fuese el infierno.
La aldea ardía en llamas, mujeres y niños muertos por el fatídico golpe de una espada, humos y olores de putrefacción, de carne requemada.
Se levantó con mucha dificultad, tenía rodillas y pies ensangrentadas de haber corrido sobre la montaña días, se acercó a aquellos caballos que al notar su pestilente presencia dieron aviso a aquellos soldados. Se paró delante, con la mirada firme, aunque con cuerpo tembloroso, sabedor de su destino inmediato, gritó y cesaron las risas y el jubilo.
- "Las conquistas se forjan con espadas, la libertad la lleva cada uno en su corazón, yo soy conquistado pero libre, vosotros conquistadores pero presos de vosotros mismos", dijo...
Acto seguido su cabeza salía volando lejos de su cuerpo.
2 comentarios:
Leyendo tu relato he pensado en Machado, Miguel Hernández, Saramago y el Cid, en ese orden... Me quedo con el último y planteo una pregunta: si la libertad siempre lleva un consigo un discurso tan lúcido, ¿por qué no aprendemos nada? De tus palabras. Un beso
De tus palabras.. Quiero decir que son un discurso lúcido.
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